Podemos, en su orilla
El partido se sitúa en su quinta asamblea de forma explícita frente al Gobierno de coalición formado por PSOE y Sumar


En dos fines de semana consecutivos ha encajado Podemos su relanzamiento como formación política. Primero, con la confirmación de Irene Montero como candidata a las elecciones generales. Después, este sábado, con la ratificación —por amplia mayoría de los 27.000 inscritos que acudieron a votar— de Ione Belarra como secretaria general y la aprobación de su documento político. Todo ha sucedido unos meses antes de lo previsto y tras la refundación de Movimiento Sumar con la elección de sus dos nuevos coordinadores: Lara Hernández y Carlos Martín. La asamblea deja así a los morados listos ante un hipotético adelanto electoral, lo que define con nitidez la disputa por el espacio a la izquierda del PSOE.
Los llamamientos a la unidad, tanto desde Sumar como desde Podemos, suenan a resorte retórico, por más que ambas formaciones saben que su fractura les penaliza electoralmente y que viven horas muy bajas, no solo con respecto a 2019, sino también respecto a los resultados del 23 de julio de 2023: apenas conservan, según las encuestas, la mitad de su respaldo en las urnas.
Ione Belarra e Irene Montero han hecho explícito un discurso de choque no contra la derecha que puede gobernar España, sino contra el Gobierno de coalición del PSOE y Sumar, que enfrentan una enorme fragilidad parlamentaria ya en esta legislatura. La ruta que emprendió Podemos tras pasar al Grupo Mixto en diciembre de 2023 se consolida ahora al identificar al centroizquierda socialista y a Sumar como sus adversarios directos en unas eventuales elecciones generales. El aroma que desprende esta estrategia evoca el frustrante discurso de las dos orillas de Julio Anguita, donde una izquierda auténtica ocupaba un espacio muy minoritario mientras el resto de las fuerzas políticas se ubicaban en el espacio a combatir.
Hoy ese discurso se traduce, fundamentalmente, en el rechazo a la política de rearme en la UE frente al expansionismo neoimperialista de Putin. La defensa de la paz enarbolada por Podemos en su quinta asamblea muestra problemas de ajuste ante la realidad de la agresión rusa contra un país vecino. El silencio sobre Putin parece obviar que ha sido el agresor de un Estado soberano que desea legítimamente integrarse en la UE. Un silencio que contrasta con la contundente condena de la pasividad internacional ante la masacre de civiles provocada por Netanyahu en Gaza. La enfática exigencia de paz en Ucrania banaliza, paradójicamente, la evidencia de decenas de miles de muertos causados en suelo europeo por una invasión extranjera. No secundar explícitamente a la víctima de la agresión bélica —la Ucrania de Zelenski— transmite un equívoco mensaje sobre la responsabilidad última de la agresión de Putin.
Naturalmente que la política de defensa en la que se ha embarcado la UE admite críticas y contrapropuestas. Pero los riesgos que asume Podemos al descalificar la actual acción de gobierno como “régimen de guerra” no son menores. El discurso para animar a una izquierda “transformadora” —por oposición a las izquierdas que gobiernan— cabalga bajo un eslogan pacifista resucitado de un pasado que ya no existe y ante un presente cargado de incertidumbre.
La densidad de las relaciones personales trabadas en la órbita de Podemos y Sumar puede estar desempeñando un papel perturbador en la articulación de una izquierda plural si las actuales formaciones que conforman el Gobierno de coalición aspiran a repetir mayoría parlamentaria tras una eventual convocatoria electoral. La militancia activa en la división no es una buena señal para el electorado progresista ante la evidencia del empuje y las alianzas entre conservadores y ultraderechistas.
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